La condena se hace carne: profetas y oráculos
Entendiendo la profecía como acto comunicativo, Cicerón (1) establece una división según las formas del mismo: en caso de que una habilidad especial no sea necesaria para captar el mensaje, sino que la divinidad se encargue de tomar “la voz y el cuerpo del profeta” (2), se trata de una adivinación natural o adivinación inspirada. Es la forma que encontramos, como ejemplo, desde el prisma del Islam: las profecías se entienden como revelaciones divinas y se perciben como una manifestación del conocimiento y la sabiduría de Dios. Mis paseos son un conversatorio con lo divino. Esta adivinación entiende el mensaje como intercedido por una fuerza externa al cuerpo enunciante. Las visiones proféticas son dadas; aquello que se ve es ofrecido desde fuera. Entendiendo el futuro como algo por construir y no determinado -o al menos con potencia de cambio- , la adivinación inspirada se plantea como parte de un juego de ficciones humano-divinas. La entrega de la visión a determinados agentes capaces de influir por uno u otro motivo en la comunidad es parte de una voluntad foránea que señala aquello que debe ser. La visión se configura entonces como la cristalización de una ficción: una posibilidad determinada por un ejercicio imaginativo. La adivinación natural o inspirada es articulada desde este prisma de diálogo, donde se redefine la visión divina con la posibilidad mundana o material de encarnarse.
Por otra parte, se define como adivinación artificial aquella en la que un adivino o profeta desarrolla habilidades especiales para interpretar el mensaje. Por ejemplo, el estudio anatómico de las entrañas de un animal sacrificado, habitual en la Antigüedad y particularmente en el mundo Grecorromano, donde las entrañas funcionaban como un microcosmos reflejo del macrocosmos (3). El animal y su intimidad son reflejos de su entorno. El animal como ser en constante acecho -de comida, de ser comida-, somatiza las señales de cambio; en sus tripas lo vemos.
Independientemente del tipo y de la finalidad del mensaje, la figura humana actúa como mensajera, encargada de traducirlo y propagarlo. El profeta y su mensaje son una irrupción de lo sagrado dentro del espacio profano; se manifiestan como lo hace lo sagrado: “oponiéndose a la no realidad de la inmensa extensión circundante” (4). El profeta surge con la inestabilidad del mundo, de la realidad; surge de un espacio no homogéneo, como la crisis social, para convertirse en el centro. Mientras tanto, su mensaje actúa como la hierofanía (5): la palabra divina representada en medio del caos de la no homogeneidad del espacio profano para el hombre religioso. Los espacios para quienes no perciben lo sagrado son homogéneos en su falta de jerarquía espiritual.
Si el profeta es aquel sujeto que se acerca a los demás para compartir el mensaje, los oráculos, por el contrario, funcionan como una estación: el interesado en hacer una consulta es el sujeto que se acerca a conocer, es el que busca ser imbuido en el mensaje. Se trata de acortar, o al menos acotar, la espera.
(1). Cicerón, Marcus Tullius. Sobre La Adivinacion, Sobre El Destino, Timeo. Gredos, 1999.
(2). González, Rayco. "Las formas de la profecía." Athenea Digital 13, no. 3 (2013).
(3). Pérez-Jiménez, A. (2022). Los dioses desarmados. Implicaciones astrales en algunas fórmulas mágicas. MHNH, 20, 129-166. https://doi.org/10.24310/mhnh.vi20.16042.
(4). Eliade, M. (1998). Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Paidós.
(5). Manifestación de lo sagrado del griego *hieros=*sagrado y *phainomai=*manifestarse (Eliade, 1957 p.14).

